¿Cuál es el fin primario del matrimonio?

La respuesta muchas parejas no lo saben, o más bien, conociendo lo dejan a un lado y en el olvido por cuestiones netamente comprometidas. A lo largo de la historia cristiana, por desconocer, u obviar de manera adrede el fin primario del matrimonio ha significado en términos de estadísticas una de las principales causas de rupturas matrimoniales de muchos años. Y es que, en definitiva, el fin primario del matrimonio es el bien de los conyugues. Muchas creen que es la generación y la educación de la prole, sin embargo, es al revés. Dios lo ha querido así, el bien de ambos, hasta el final.

Tener claro esta verdad es básica, la pareja decide contraer nupcias para ser feliz, realizarse como persona para toda la vida. Los hijos vendrán a consecuencia de ese amor, y, de ninguna manera éstos deberán trasponer al objeto primario de la relación. Cuando por descuido, desconocimiento, o de manera adrede se decide cambiar los valores empiezan a surgir los problemas que mermarán inevitablemente la intensidad en la unión conyugal. 

Conozco muchos casos de matrimonios lamentablemente en problemas de ruptura por la simple razón de cambiar los valores. Es decir, se ha cambiado el amor y cuidado a la pareja por los hijos. En términos campechanos, se ha descuidado de cultivar el amor. Hay que entender esto, uno se casa con la pareja, no con los hijos. Los hijos son regalos de Dios. Ellos crecerán, se independizarán y se irán del hogar, es ley de la vida. La persona, que finalmente quedará contigo será tu pareja. Por eso la debes cuidar, amar y respetar.

¿Quién es el autor del matrimonio y qué nos dicen las Sagradas Escrituras?

La íntima comunidad de vida y amor conyugal, está fundada por el Creador y provista de leyes propias. El mismo Dios es el autor del matrimonio (GS 48,1). La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador.

Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que es Amor (Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. «Y los bendijo Dios y les dijo: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla" (Gn 1,28).

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La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gn 2, 18). La mujer, "carne de su carne" (Gn 2, 23), su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como una "auxilio" (Gn 2, 18), representando así a Dios que es nuestro "auxilio" (Sal 121,2). "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gn 2,18-25). Esto significa una unión indefectible de  dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue "en el principio", el plan del Creador (Mt 19, 4): "De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6).

La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro

¿Cómo se explica bíblicamente las crisis en el matrimonio?

Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal.

Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (Gn 3,12); su atractivo mutuo, don propio del creador (Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (Gn 3,16); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (Gn 1,28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (Gn 3,16-19).

Sin embargo, el orden de la Creación subsiste, aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado (Gn 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al comienzo".

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